Virginia
Participantes: un hombre. Una ni�a de diez a�os.
Anal.
Notaba un intenso escozor, un picor terrible en su nalga derecha; Virginia
chapote� torpemente en direcci�n a la costa. A pesar de los manguitos, a�n se
sent�a muy insegura en el agua, adem�s, su ojo derecho quer�a cerrarse envuelto
en un dolor constante, fruto del golpe inconsciente que le hab�a dado un ba�ista
cuando se oy� algo as� como:
- �Cuidado! �Hay una medusa!
Con lentitud, la salvadora playa se acercaba, y quer�a con todas sus ansias
hacer pie porque aquello picaba una condenaci�n; justo cuando lo consigui�, el
ojo se le cerr� definitivamente: deb�a de estar muy hinchado. Se llev� la mano
al culo y se rasc�, pero el picor aumentaba progresivamente. Medio llorosa,
empez� a salir del agua. La brisa jugueteaba con su melena casta�a, cuyo cabello
ondulado pugnaba por tapar su rostro en el que resaltaba un ojo verd�simo junto
a un morat�n viol�ceo y un p�rpado hinchado all� donde debiera brillar el otro;
su naricita era, quiz�, demasiado afilada y casi desmerec�a aquella cara que
rubricaban unos labios carnosos. Era una
ni�a alta para sus
diez a�os y su cuerpo apuntaba ya formas de cierta redondez, apuntaba una
intenci�n de dar m�s volumen del que su due�a quisiera. El ba�ador, amarillo y
con cintita verde en cada tirante, se ajustaba a su cuerpo, pero se perd�a en la
raja del culito, incapaz de vencer sus nalgas. Una de ellas presentaba un
intenso color rojo: era aqu�lla que tanto le picaba y que Virginia se rascaba
constantemente...
- �Hostias, ni�a!
� Oy� a sus espaldas - �Te ha picado una medusa!
Ella se volvi� para mirarse la nalga, pero a duras penas pudo alcanzar a ver
algo con aquel ojo amoratado.
- Me pica mucho � hip�, sollozando.
El hombre que hab�a hablado se acerc� y, sin ning�n tipo de miramiento, le puso
la mano en el culo; Virginia, a su tacto, enrojeci�.
- Mira, ni�a. -
dijo aqu�l � Sobre todo, no te rasques, - sigui� sin sacar la mano � y acude ya
mismo a la caseta de la Cruz Roja.
- Gra... gracias. � contest� una llorosa Virginia, roja a�n por el descaro de
aquel hombre.
�Jurar�a que me ha pellizcado�, pens� mientras se dirig�a por entre los ba�istas
hacia el lugar en el que ella y sus amiguitos hab�an puesto las toallas. Era una
l�stima que justo aquel d�a, el primero que hab�a podido salir sola, sin su
madre, hubiese ocurrido todo aquello. El escozor que sent�a en la nalga hac�a
brotar l�grimas de su ojo sano, pero no hizo adem�n de rascarse siguiendo las
directrices del ba�ista.
- �Virgi! �Qu� te ha pasado? � chill� Luc�a, una
ni�a regordeta.
- �Anda! �Vaya leche te han dado! � grit� Anita, un mont�n de huesos sobre los
que flotaba un ba�ador rojo.
- �Y eso que tienes ah� atr�s? � pregunt� Diego, un ni�o de piel oscura y de
cara bobalicona.
- Me ha... snifff... me ha picado una medusa... buaaaa... � se ech� a llorar
Virginia.
- �Anda! Y ahora, �qu� hacemos? � terci� Anita.
Se hizo un silencio; Virginia se hab�a tumbado boca abajo en su toalla, llorando
desconsoladamente; su trasero se meneaba al ritmo de sus sollozos, elevando y
bajando su ya roj�sima nalga.
- Quiz� ser� mejor que la acompa�emos a casa � dijo Sergio, un muchacho de unos
doce a�os, gafudo y de enormes orejas, que sent�a cierta sensaci�n en el pene
viendo el culo de la ni�a.
- �Qu� dices! � Chill� Luc�a - �Deber� curarla alguien, supongo!
En aquel momento llegaron tres m�s: Pedro, un chico de agradable aspecto, que
parec�a el mayor del grupo, y Aina, una ni�a rubia, junto con Mar�a, cuyos
pechos empezaban ya a apuntar en un apretado biquini negro.
- �Qu� ocurre? � pregunt� Pedro.
Chillando, Luc�a y Anita les pusieron en antecedentes; Sergio parec�a embobado
sin apartar sus ojos del trasero de Virginia. Experiment� una leve erecci�n.
- Vayamos a la Cruz Roja � sentenci� Pedro.
- Eso... snifff... dijo un hombre... snifff... buaaaa... � se oy� la voz llorosa
de Virginia emerger entre sus brazos - �C�mo picaaaa! � chill�, pateando a su
vez de rabia contra la arena. Sergio sent�a ya una bomba en su ba�ador.
- Venga; v�monos ya � orden� Pedro, empezando a recoger. Los dem�s le imitaron y
pronto estaban en camino: Anita, Aina y Diego abr�an el grupo, les segu�an Pedro
y Virginia, que se sosten�a en su reconfortante abrazo, detr�s iban Mar�a y
Sergio, cuyos ojos volaban del culo de Virginia a las tetas de Mar�a; cerraba la
marcha una resoplarte Luc�a.
Acomodado en una peque�a tumbona, hab�a un hombre ante la caseta de la Cruz
Roja, de nombre Manuel; rondaba la treintena y se le ve�a musculoso, aunque
bajito y bastante fe�cho. No ten�a un rostro que inspirase confianza: de ojos
saltones y medio bizco, de nariz ganchuda y con incipiente calva, fumaba
tranquilamente un cigarrillo. Cuando vio ante s� aquel mont�n de chavales, se
incorpor� un poco y pregunt� con voz ronca:
- �Qu� quer�is, ni�os?
Pedro se adelant� junto a Virginia:
- Le ha picado una medusa � dijo, se�al�ndola.
- �Hostias! �D�nde?
- Aqu�. � Respondi� el muchacho � G�rate, Virginia...
Eso hizo la ni�a, cuya nalga alcanzaba ya el color viol�ceo; las l�grimas sal�an
una tras otra de su ojo sano y del morat�n intenso que cubr�a el otro. ��Dios,
c�mo picaa!�, pensaba la pobre; era tal el escozor que casi ni sent�a el dolor
en su ojo. ��Co�o! �Vaya trasero nos gasta la ni�ita!�, pens� Manuel:
- �Y en el ojo, qu� le pasa? � pregunt�.
- No s�..., le habr�n dado un golpe. No nos lo ha dicho � respondi� Pedro.
- Bueno... � sonri� el socorrista � Ah�, un poco de hielo..., y eso..., � se le
hac�a la boca agua � pues ahora que entre y se lo curo.
Al o�r esas palabras, Virginia not� una sensaci�n de alivio; el escozor era ya
insoportable y, si no se hab�a arrancado la piel de la nalga rasc�ndose, hab�a
sido porque durante todo el camino Pedro le hab�a sujetado con fuerza el brazo.
- �Y nosotros? � pregunt� Sergio, algo molesto porque iba a perder de vista
aquel hermoso culito.
- Lo siento. � respondi� el socorrista, con una mueca con visos de sonrisa �
Tendr�is que quedaros aqu� fuera o largaros... S�lo puede pasar ella... � y
se�al� a la ni�a.
Virginia se dirigi� hacia la caseta y entr� en ella, tras subir unos pocos
escalones met�licos; con una mano se acariciaba la parte enrojecida de su
trasero; tras ella entr� el hombre, aunque, antes de que �ste cerrara la puerta,
alcanz� a o�r, agradecida:
- Esperaremos aqu�, pues.
Una vez dentro, el socorrista, cuya cara la asustaba un poco, le pregunt�:
- �C�mo te llamas, nenita?
- Virginia � contest�, a la vez que con curiosidad infantil y a despecho del
terrible picor y del dolor en el ojo, examin� la peque�a estancia: todo era
met�lico: una silla, una mesa, unos estantes con medicinas y otros elementos
sanitarios, una camilla... Era tal la sobriedad, que las paredes estaban
totalmente desnudas, a excepci�n de un calendario de la Cruz Roja y un peque�o
folleto sobre los efectos de la prolongada exposici�n al sol.
- Bien... Mira... Yo me llamo Manuel. � dijo aquel hombre, a la vez que le pon�a
las manos sobre los hombros y le acercaba el poco agraciado rostro � Vaya...
Caramba con el ojito... A ver... debe de dolerte, �no? � sent�a un dedo en la
mejilla.
- S�. � contest� Virginia � Pero me molesta mucho m�s lo de la medusa. � Ten�a
tantas ganas de rascarse que unos lagrimones asomaron a sus ojos.
- Bueno, bueno, bueno; ay, la nalguita. � dijo Manuel, sonriente � No llores,
Virginia, que todo tiene soluci�n.
- �Me lo va a curar? � pregunt�, con mirada esperanzada.
- Claro que s�; no tengas duda. � el hombre la solt� y le se�al� la camilla �
Mira: t�mbate all�, pero no como si fueras a dormir, sino mirando a la pared y
tocando con los pies en el suelo... Digamos que con tu... ejem... culito hacia
m�.
- Ah, vale. � Virginia intent� acomodarse como le hab�an dicho � No puedo, es
demasiado alto.
- Esp�rate un momento, que la bajo.
Mediante una palanquita, la camilla qued� a la altura necesaria; la ni�a se
situ� tal y como le hab�a indicado el socorrista; acodada, se aguantaba la
cabeza y, con los pies firmes en el suelo, dejaba su culito a merced de aquel
hombre. Oy� como si abrieran un bote de Coca-Cola, e iba a volverse cuando
escuch�:
- No debes girarte, Virginia; la cura no es f�cil y necesito la m�xima
colaboraci�n posible.
Obediente, la chiquilla se mantuvo en su posici�n; el picor en la nalga segu�a
siendo tan terrible, que no paraban de salirle lagrimones.
- Bien, ahora aplicar� una crema en la nalguita, notar�s cierta sensaci�n de
frescor.
Y as� fue: el suave y lento masaje, y la frialdad del producto, redujeron de
modo considerable el escozor.
- �Qu� tal, Virginia? � la pregunta le fue hecha muy cerca de la oreja; a la
ni�a le pareci� sentir cierto olor extra�o, que no atin� a descubrir.
- Muy bien � contest�.
- Bueno. � sigui� oyendo al socorrista � Ahora viene lo m�s dif�cil... debo
introducirte cierto producto por el... bien... por el culete... Es algo
doloroso, lo s�, pero debes ser valiente, �ok, Virginia?
- �Me va a doler mucho? � pregunt�, algo asustada - �Es como un supositorio?
- M�s o menos. � le contest� el socorrista � Pero te ser� sincero... Quiz� te
duela un poco m�s... S� valiente y aguanta, piensa que lo que te voy a meter es
indispensable para que te cures.
Virginia no lo dud�:
-Vale.
A�n acodada, sinti� c�mo le separaba el ba�ador de la rajita del trasero; de
pronto, un dedo que esparc�a algo muy fr�o se introdujo en su ano.
- Esto servir� para que el aparato no te haga demasiado da�o � escuch� decir al
socorrista.
El dedo se introdujo un poco m�s, provoc�ndole un peque�o dolor que aguant�
valiente apretando los labios: estaba decidida a acabar con aquel horrible
picor.
- Bien. � continu� Manuel, una vez extrajo el dedo � Ahora sentir�s que algo un
poco m�s grande va entrando por tu culito... � le pareci� o�rle jadear � T�
tranquila y aguanta al m�ximo: debe entrar todo el aparato y luego soltar una
ligera emulsi�n.
- Vale. � respondi� Virginia; de pronto, not� que algo bastante m�s grueso que
el dedo pugnaba por introducirse en su ano; empez� a sentir dolor, mucho dolor,
mientras aquel objeto iba penetrando en ella.
- �Ay! �Me hace mucho da�o! � gimote�, intentando volver la cabeza en un reflejo
inconsciente que detuvo de forma brusca la mano de aquel hombre.
- �Te he dicho que no mires! � su tono son� bastante desagradable, aunque
inmediatamente se suaviz� � Mira, Virginia, - el objeto iba penetrando
haci�ndole ver casi las estrella � menea un poco el culete, - palmada en la
nalga sana � y ay�dame para que esto termine pronto.
La ni�a ya no estaba acodada, sino que, sin poder aguantar m�s, se hab�a dejado
caer y, para no chillar ni molestar a su cuidador, se mord�a un dedo. Aquello
iba entrando lentamente; Virginia notaba que el objeto se met�a decidido en su
culito: el dolor era intenso, y empez� a menear el trasero con la esperanza de
que, as�, aquella tortura acabara antes.
- Muy bieeennn, Virginiaaa, as�... as�... � parec�a jadear el socorrista.
Como con un �ltimo impulso, el instrumento pareci� incrust�rsele hasta el fondo,
lo que le arranc� un grito.
- Ya..., ya est�, ni�aaaa... Sigue moviendo tu trasero. � otra palmada aviv� sus
movimientos. Ten�a los dedos casi destrozados de tanto morderlos; a veces,
emit�a peque�os chillidos, pero aguantaba como pod�a, obediente. Meneaba
fren�ticamente el trasero.
- Ahora..., ahora va la emulsi�n.., ahoraaaa... � casi grit� Manuel; Virginia
sudaba ya la gota gorda y notaba todo su cabello empapado. Sinti� que cierto
l�quido recorr�a su interior y, a la vez, la presi�n de aquel objeto iba
remitiendo... Al cabo de un momento, s�lo sent�a como un cuerpo extra�o, pero
blando, en su ano.
- �Ya..., ya est�? � se atrevi� a preguntar.
-S�..., s�..., - segu�a jadeando el socorrista � has sido muy valiente y muy
buena.
Suavemente, el instrumento abandon� su cuerpo: fue un alivio indescriptible para
Virginia; volvi� a acodarse y dijo:
- �Puedo volverme ya?
- Un segundito. � oy� a Manuel. Sinti� que �ste le pasaba como un trapo por la
rajita..., ciertamente aquello hab�a quedado algo mojado.
- Es el l�quido, que resbala. � le explic� el hombre; luego not� c�mo le volv�a
a poner el ba�ador en su sitio y le dec�a:
- Ya puedes volverte, ya est�.
Virginia as� lo hizo, pero se qued� apoyando el trasero sobre la camilla, y
luego las palmas de las manos; estaba muy p�lida.
- Uf... Me duele mucho, y me siento mareada.
Not� de pronto humedad en sus piernecitas y mir� hacia abajo:
- �Mire! �Es sangre!
El socorrista se apresur� a darle el trapo, que ya era algo rojizo:
- No te preocupes, Virginia; es normal que salga sangre durante alg�n tiempo. �
le dijo muy serio � T�mate una Coca-Cola, te ir� bien. � le ofrec�a un bote.
As� lo hizo la ni�a: el refrescante sabor la anim� un poco, aunque no amain� el
intenso dolor que proven�a de su ano. Era cierto que el picor de la nalga hab�a
remitido, pero ahora tanto el ojo como el culo reclamaban su atenci�n.
- �Y el ojo? � pregunt� entre sorbos.
- Nada. � respondi� el socorrista � Eso, un poco de hielo en casita y ya est�. �
mir� el reloj � Bueno, Virginia... Nada m�s puede hacerse; deber�as irte ya y
tranquilizar a tus amigos.
- Vale � respondi� la dolorida ni�a.
Cojeaba un poco cuando sali� fuera.
- �Qu� tal? �Ya vas mejor? �Est�s bien? � fueron algunas de las preguntas que
llovieron sobre ella; se sinti� mejor... Jam�s hab�a sido el centro de nada;
decidi� hacerse la valiente:
- No ha sido nada, �verdad. Manuel? � su palidez y su paso renqueante aseguraban
lo contrario.
- ha sido una ni�a muy valiente. � sentenci� el socorrista � Ahora deb�is iros
ya � a�adi�, algo apurado.
- �Viva Virginia! � aull� Sergio, alegre de poder ver de nuevo su trasero.
- �Viva! � contestaron todos al un�sono, provocando que la palidez casi
desapareciera de la cara de la ni�a.
Lentamente se fueron alejando; resultaba penoso ver a Virginia andando como un
pato, pero el culo deb�a de dolerle horrores, pens� Manuel. De pronto, unas
voces llegaron a sus o�dos:
- �Hola, Manuel! �Ya nos has cuidado la casa?
Eran un chico y una chica: los j�venes socorristas de la playa.
- S�, y tanto. � sonri� el poco agraciado Manuel � Ver�is que s�lo os he gastado
un poco de vaselina, una birra y un cacho de la pomada para irritaciones.
- �No ser�a una picada de medusa, verdad? � inquiri� la chica, rubia
despampanante, que rebosaba el ba�ador por sus tetas y por su culo � Ya sabes
que alivia mucho al principio, pero luego es terrible porque multiplica por cien
sus efectos.
- �No! �Claro que no! � respondi� Manuel mientras pensaba �Vaya puta est�s
hecha.., te joder�a viva� � Era una irritaci�n solar. De ah� la vaselina...
- Muy bien, t�o. � ri� el joven musculado � A ver si nos vas a quitar el
trabajo.., jejeje...
Debido al tratamiento aplicado, Virginia tuvo que pasarse tres meses en el
hospital y, milagrosamente, conserv� la piel en su nalguita. Sin pruebas
fehacientes, su madre no pudo poner denuncia alguna