0 comments/ 36367 views/ 1 favorites Chicas Buenas By: brunorivera Mi nombre es Leticia. Cuando fui adolescente, tuve un novio, pero no me sentía muy romántica con él, por más caricias y besos que nos dimos. Un día de mi último año de escuela superior, él me llamó: - Hola, Letty. Te invito a un paseo. ¿Paso por ti a las 8:00? - Lo siento, Billy, pero esta noche tengo tanto que estudiar... - ¡Por favor! - No, gracias. ¡Nos vemos! Y colgué aprisa, evitando tirarle el teléfono. Mi madre observó mi conversación y me preguntó: - ¿Y eso, por qué fue? - ¡Oh, Mamá, todo está bien! - Hija, admiro que seas tan aplicada y todo, pero podrías relajarte un poco... - Ese es el problema... - ¿Pero te ha insinuado algo? - Mamá, dejémoslo ahí. Obviamente, él habría querido tenerme a solas, y entonces, verdaderamente me metería en problemas. Al otro día, él me preguntó: - Mi amor, ¿qué te pasa conmigo? - Nada. - Eso precisamente, ¿ya no sientes por mí? - Sí, te quiero, pero... - Mira, mejor hagamos algo esta noche, ¿Está bien? - Mejor lo dejamos para el fin de semana... - ¿Es que ya no me amas? Ya esto se estaba convirtiendo en un chantaje emocional barato, y me comenzó a enojar. - Si lo pones en esos términos... - ¡Lo sabía! ¿Es por Osvaldito, ese estúpido? ¿Por eso es la excusa de que estás estudiando? Haciendo un esfuerzo para no perder la paciencia, le contesté: - No es por Osvaldito ni por muchacho alguno. Mi madre es testigo de que yo sólo estuve estudiando anoche... ¡Mira, Billy, ya me cansaste con tus celos! - ¡Si eso es lo que tú quieres, entonces...! Me miró con fiereza y creí que me golpearía, pero los pasillos estaban llenos de gente, así que se limitó a decirme: - ¡...Terminamos! - ¡Adiós! Al principio, me sentí mal; hasta lloré mientras caminaba hacia mi próxima clase. Una amiga me encontró y me abrazó para consolarme, y de pronto, sentí un gran alivio. Los próximos días, vi a Billy del brazo con otra de mis amigas y ni siquiera sentí celos. Después de todo, lo que hubo entre nosotros se acabó. Pero mis otras amigas se extrañaron por mi indiferencia, especialmente al ver que otros muchachos se acercaron a mí y yo los rechacé uno tras otro. Mis padres y hermanas también me veían rara, pero convencí a mi padre con las siguientes palabras: - En estos momentos, mi único interés es obtener buenas notas y calificar para una universidad de prestigio. Además, no querrás ver a tu niña querida preñada en la flor de su adolescencia. - Hija mía, ¡cuánto te admiro! Eres más madura de lo que yo mismo he sido. - Es que no te quiero dar un disgusto. ¡Te amo! - ¡Y yo a ti! Desde entonces, nadie dio mucha importancia a mi soledad. En la fiesta de graduación, yo no tuve pareja, pero un joven llamado Ray, a quien solían insinuar que era homosexual, llamó en el último minuto. Tuve que tomar un traje prestado y entallármelo a toda prisa, hasta el preciso momento en que él llamó a mi puerta para llevarme. - ¡Aquí está su carroza, princesa! Fuimos en su automóvil y al llegar al baile, tratamos de pasar como cualquier otra pareja, pero solamente bailamos dos o tres canciones. Pronto comenzaron las burlas y comentarios de mal gusto, y ambos decidimos irnos de la fiesta antes de medianoche. Al conducir de regreso, Ray me admitió: - Ya estaba ansioso por terminar esa farsa. - Yo también. Y me dejó frente a mi casa para seguir con rumbo desconocido. En mi casa, ya no se sorprendieron al verme regresar tan temprano, ya que yo no tenía compromiso con mi acompañante de esa noche. Me quité el vestido cuidadosamente, me duché otra vez y me fui a dormir. Entré a una universidad pequeña pero con un buen programa de estudios, y allí comencé en comunicaciones. En la biblioteca, una joven de segundo año me ayudó con ciertos libros para un proyecto. Tiene rasgos muy exóticos: es alta, curvilínea, tiene la piel cobriza, los ojos entre india y oriental, su cabello es largo y negro y tiene los labios un poco gruesos. Se rumoraba que ella era lesbiana. Una vez en el centro estudiantil, la vi otra vez. Le agradecí: - Gracias otra vez por conseguirme aquellos libros... - No fue nada. Por cierto, mi nombre es Ronda. - Mucho gusto, Ronda. Mi nombre es Leticia, pero puedes llamarme Letty. Su semblante se ensombreció y me preocupé. Le pregunté: - ¿Te pasa algo? - Nada. Me moví frente a ella intentando mirar su rostro y la noté triste. Ella reaccionó: - ¿Tú también me juzgas? - ¿Pero por qué? - ¿Habrás oído lo que se dice de mí...? - Yo no hago caso de chismes; si lo hiciera, no habría terminado mi escuela superior... Susurró desesperadamente: - Estoy metida en un problema... - Cuéntame. - Mi compañera de dormitorio es muy conservadora, y ya no me soporta. Lo último que me ha dicho es que busque a dónde mudarme, o si no, la que se va es ella. - Eso es fácil. Hablaré con mi compañera, a ver si está de acuerdo de que yo me cambie. - ¿Te causará problemas? Ustedes son de primer año. - Veré qué puedo hacer... Al regresar al dormitorio, esperé a un momento en que mi compañera Valentina estuviese de buen humor, y le sugerí: - ¿Val, te molestaría que yo me mude? - ¿A dónde? - Al dormitorio de Ronda. Teresa pasaría aquí contigo. - ¿Tú estás loca? Para mí está bien por Teresa, pero esa Ronda tiene muy mala fama. ¿Tú sabes lo que se dice de ella? - Yo no hago caso a habladurías. - Está bien, diles que Teresa puede venir a vivir aquí. Pero después no vengas llorando porque Ronda se propasó contigo. - Yo sé cuidarme. Si ningún muchacho se me pudo acercar, menos podrá una mujer. Sometimos los formularios correspondientes en la administración, y Valentina aprovechó el fin de semana para visitar a sus padres, mientras las otras tres nos ocupábamos de la mudanza. A veces, Teresa me miraba con una mezcla de lástima con desagrado, y Ronda se daba cuenta. Hablamos lo mínimo necesario para distinguir de qué chica era cuál artículo. El mismo sábado por la tarde, ya habíamos terminado, así que nos bañamos para ordenar que nos entregaran una pizza. Teresa no quiso quedarse a comer con nosotras, sino que se marchó disimuladamente. Mientras comíamos, Ronda rompió el silencio, diciendo: - No sabes cuánto te agradezco lo que has hecho por mí. ¡Tú sí eres una buena amiga! - Gracias, pero come, sé que estás cansada. No te me pongas sentimental. - ¿Acaso tú también te burlas de mí? - No, de ninguna manera. Al contrario, yo comprendo lo difícil que debe ser el que hablen de una... - Perdóname si te entendí mal. Es que estos últimos días han sido un infierno... - ¡Cálmate, te hará daño la comida! Estiré mi brazo sobre mi hombro y ella fijó su vista en mí hasta que le arranqué una sonrisa. Pudimos terminar de comer y guardamos algunos pedazos para almorzar al otro día. Tras recoger, cada una tomó sus libros y estudiamos un poco. A veces, yo le preguntaba acerca de dudas en mi tarea de matemáticas y ella me ayudó. Otras veces, ella era quien me pedía ayuda con palabras difíciles de su libro de historia, y yo le pude reciprocar. De nuevo, cruzamos miradas y nos tocamos inocentemente, pero ciertas cosas en mi ser comenzaron a revolverse. Tras una hora, nos fuimos a la cama, pero no teníamos sueño. Le pregunté: - Ronda, ¿estás dormida? - No. ¿Qué quieres? - Perdóname si te pregunto, ¿Qué se siente ser lesbiana? - ¡Oh, vamos! ¿Vas a empezar otra vez? - ¡No, es en serio! Ella se quedó callada, y tuve que insistir: - Puedes hablar conmigo, no te voy a censurar. ¿Cómo te convertiste en lesbiana? - Una no se convierte, una nace siéndolo. Yo supe que me gustaban las chicas desde mi temprana adolescencia, pero como crecí en el seno de una familia tradicional, no pude exteriorizar mis sentimientos hasta llegar aquí. - Es que creo que yo también lo soy. Verás, yo nunca llegaba a nada serio con los jóvenes con quienes salía. Y eso, que nunca se me ocurrió espiar a las compañeras en las duchas ni en los vestidores del gimnasio. Ella se levantó de su almohada y me miró perpleja, como luchando con ella misma, lo mismo que yo sentía en ese momento. Tomé la iniciativa y me puse de pie frente a su cama, preguntándole: - ¿Me podrías enseñar a ser lésbica? Su expresión incrédula parecía de espanto, y para demostrarle mi sinceridad y determinación, me despojé de mi camisón, mostrándole mis pechos copa B. Yo soy un poco más delgada que ella, así que mis tetas se me destacan un poco. En ella, son las caderas y las nalgas. Levantó su sábana y extendió su mano para que yo me acostara con ella, y cuando lo hice, me abrazó y comenzó a besarme apasionadamente, y me enseñó a darme la lengua con ella. Le quité yo misma su camisón y ella me quitó mi pantaleta, ya mojada con mis fluidos vaginales. Aprovechó para chuparme un pezón, y un escalofrío de placer recorrió mi cuerpo. Ella se asombró de mi sensibilidad mamaria y me dijo: - ¡Si apenas estamos empezando! Acarició mi otro pezón antes de mamarlo, y mientras, los dedos de su otra mano siguieron su ruta hasta mi vientre, para finalmente, tocar mis labios vulvares, e impregnarse con mis secreciones. Luego, chupó esos mismos dedos y me preguntó: - ¿Quieres probar? - Por supuesto. Entonces se quitó sus pantaletas y tomó mi mano con ternura, para pasársela por su propia vulva. Luego llevó mi mano hasta mi boca, y por primera vez, sentí el sabor de otra mujer. Mientras me relamía de gusto, ella me reclinó sobre su cama, abrió mis piernas y se puso a mamarme, primero, los labios, para libar más de mi esencia, y luego, el clítoris, para darme el primer orgasmo. Temerosa de llamar la atención, tomé su almohada y la mordí para ahogar mis gemidos mientras mi maestra me hacía estremecer. Pronto, la sensación se fue apaciguando, así que me soltó y me preguntó: - ¿Qué te pareció? Dije yo jadeando. - Fue hermoso, y muy intenso... Luego agregué: - Quiero probar yo también. - ¿Crees que puedes? - Sí, estoy lista. Entonces me ayudó a levantarme para arrodillarme al pie de su cama mientras ella se colocaba en la misma posición en la cual me tenía. Al principio, lamí sus labios tímidamente, pero mi roce tan leve era suficiente para excitarla, porque se agarró sus pezones mientras me miraba con una mueca de éxtasis. Ella suspiró: - ¡Oh, Letty, eres toda una experta...! Sus palabras me animaron a darle más placer, y luego a ella se le ocurrió abrazarse a la almohada para acallar sus gritos. Delineé su clítoris con la punta de mi lengua, recordando lo que ella me hizo, y cuando se le erizó, lo rodeé con mis labios, y mientras se lo mamaba, sus gruñidos se oían a través de la almohada, dándome a entender que lo que yo le hacía le gustaba mucho... Se comenzó a sacudir violentamente, oprimiendo su sexo contra mi rostro, y le pasé mi lengua varias veces mientras ella rociaba mi boca con su "semen". Cuando se calmó, extendió sus manos hacia las mías y me llamó: - ¡Ven acá y dame un beso, mi amor! Me abalancé sobre ella y nos devoramos mutuamente, buscando nuestros propios sabores en la boca de la otra, hasta quedarnos dormidas juntas. Al otro día, nos metimos juntas a la ducha y jugamos mutuamente con nuestros cuerpos mientras nos enjabonábamos. A veces, nos colocábamos para abrazarnos a las espaldas, y sentirnos las nalgas mientras nos rodeábamos los pechos con nuestros brazos. Al salir de la ducha, nos colocamos en posición 69, pero al llegarme el orgasmo, no pude seguirla estimulando. Le dije: - Perdóname, te he dejado insatisfecha. Y ella me contestó: - No te preocupes, yo lo disfruté también. - Pero no consumaste tu orgasmo. ¡Ven, dame acá esa vulva! Y proseguí mis caricias donde las dejé. Pronto se estremeció del modo que ya me resultaba familiar y agarré sus nalgas con fuerza para no fallarle a su clítoris. Ella gimoteó, y al terminar, se volteó para abrazarme y besarme en la boca, diciendo: - ¡Te amo, Leticia! - ¡Yo también te amo, Ronda! Fue un poco difícil concentrarnos en nuestros estudios al principio, porque no podíamos resistir el impulso de masturbarnos mutuamente en la ducha, o mamarnos cada noche, o toquetearnos y besarnos desvergonzadamente mientras estudiábamos o comíamos. Hasta comenzamos a rasurarnos los genitales, para tener mayor sensibilidad. Aunque necesitábamos mantener la compostura ante los demás estudiantes, yo no iba a negar que estamos enamoradas, aunque su mala fama me perjudicara a mí también. Chicas Buenas 2 Chicas Buenas 2: Chico Bueno Aquí Ronda. Letty está visitando a su familia este fin de semana, así que yo continuaré su relato. Ella ya me ha descrito muy favorablemente, así que me limitaré a aclarar mi punto de vista. En este recinto, hay gente muy conservadora, que al darse cuenta de mi estilo de vida, me rechazaron de plano. Especialmente Teresa, mi compañera de dormitorio. Es atractiva, rubia, pero no me inspira. Apenas nos tolerábamos. Un día en la biblioteca donde trabajaba a tiempo parcial, me llama una encantadora joven de primer año: de cabello negro corto, piel muy blanca, ojos verdes y unas tetas imponentes. Me pidió que le recomiende unos libros acerca de periodismo, y yo me esmeré en conseguírselos. Me agradeció con una sonrisa deslumbrante antes de sentarse a trabajar, y eso llenó mi día, es más, mi vida hasta ese momento. Fue amor a primera vista, pero no se lo dije, y fue peor: se tuvo que enterar por ahí acerca de mi preferencia sexual. Pasaron las semanas, y el verla caminando por el recinto me hacía perder el control, y mi compañera se enfadó más porque se daba cuenta de que he visto carne fresca. Una semana en particular, me dio el ultimátum antes de ir a clases: - ¡Ya te has vuelto insoportable! ¡Avanza y múdate con esa desvergonzada, quien quiera que sea, o si no, la que se va soy yo! - ¡Pero si yo no ando con nadie! - Entonces, ¿por qué andas flotando entre nubes? Tiene que ser por alguna ramera. ¡No quiero imaginar las cosas sucias que planeas hacer con ella! Salí corriendo del dormitorio, y en un receso, me fui al centro de estudiantes a pensar cómo resolvería mi dilema. Me imaginé que si yo me estuviese revolcando con algún macho, ella no me reprocharía tanto, la muy hipócrita. En eso, Letty pasó cerca de mí. Estaba preciosa, pero yo no estaba de humor para saludarla, aún así, ella se tomó la molestia de conversar conmigo, y hasta se ofreció para ser mi nueva compañera de dormitorio. Al principio, no podía creer que alguien hiciera esto por mí, en especial, ella; pero a medida que el día de su mudanza se acercaba, me fui entusiasmando, pero tuve miedo de que me rechazara el día que me conozca mejor. Especialmente temí sucumbir ante la tentación de su figura y hacerle algún acercamiento que ambas lamentaríamos. Me propuse armarme de fuerza de voluntad para, al menos, admirarla en silencio. De todos modos, ella narra mejor nuestro primer encuentro. Una gran ventaja de tener esta clase de intimidad con mi compañera de habitación es que no competimos ni peleamos por el uso del baño, al contrario, la sorpresa de entrar cuando la otra ya está adentro es más agradable. Ella se preocupó mucho por mi bienestar, como si fuese la mayor de las dos, y su atención era un oasis en ese desierto en lo afectivo. Cuando las habladurías comenzaron a afectarla, quise defenderla. Un mes más tarde, conocimos a Julio, un estudiante de Pedagogía, que se interesó por Letty. El tiene piel bronceada como yo, pero los ojos brillantes como los de ella. No es alto pero es corpulento. A cualquier mujer le resultaría atractivo, menos a Letty o a mí, por razones obvias. Una tarde en la cafetería, la fila que yo hacía se demoraba y vi cómo el chico se acercó a mi amiga, tratando de entablar una conversación. Los miré disimuladamente, y al principio, noté que ella le insinuó cortésmente que no estaba interesada. Sintiendo un poco de celos, irrumpí en la mesa y toqué el hombro de ella sin tratar de disimular. Eso atrajo las miradas y murmullos de los demás. Julio se iba a levantar, pero parece que se dio cuenta de todo, y entonces, trató de conversar conmigo también. Entre otras cosas, mencionó que venía de otra universidad y que ya estaba en segundo año. Lo hizo para que no tuviésemos que salir los tres en vergüenza, por lo menos, hasta terminar de comer. Entonces desapareció. Un sábado por la tarde, asistimos a un juego de baloncesto en una cancha al aire libre, y allí estaba Julito. Le comenté a Letty: - Ese muchacho no se da por vencido... - No hables tan alto, mira que él viene hacia acá. Se sentó a nuestro lado y nos saludó: - Hola, chicas. - ¡Hola! Contestamos a coro, por cortesía, y apenas pudimos contener una risita. Pronto comenzó el juego, y el equipo local lo ganó. Cuando los equipos y la mayoría de los espectadores se marcharon, algunas chicas nos invitaron a un partido "amistoso" y Julio se ofreció como árbitro. Las oponentes y una de nuestro propio equipo nos jugaron rudo, pero yo sabía cómo reaccionar. Tratando de hacer un pase a Letty, una del equipo contrario me dio una zancadilla. Por orgullo, me levanté tratando de demostrar que no pudieron lastimarme, y sin razón, me insultaron, y a Letty también. Yo lancé un golpe a la otra jugadora, y entonces, cundió la locura. Julio se trataba de meter para separarnos, pero él solo no daba abasto. Letty se fue corriendo muy molesta y yo quise alcanzarla, pero el dolor en mi canilla no me permitió correr más rápido. De pronto, vi que cruzaba la calle y un automóvil venía hacia ella, mientras yo la contemplaba impotente. Afortunadamente, Julio ya venía hacia nosotras, así que le dio alcance y la haló hacia la acera. Por lo apresurado de su acción, él giró y cayó sobre ella, sacándole el aire de los pulmones. Los alcancé cojeando y le increpé: - ¿Qué has hecho? ¡Me la has matado! Levanté al macho mediante un empujón y comencé a darle respiración de boca a boca a mi chica. Ella reaccionó y me empujó, jadeando: - ¡Vamos, Ronda! No seas tan dramática. Estoy bien. - ¿Estás segura? - Mira, tú estás peor por lo de tu pierna. Y se levantó fácilmente. Julio nos miró preocupado y ambas nos dimos cuenta de que él le había salvado la vida a mi amada. Yo comencé a emocionarme, y le dije: - ¡Oh, Julio, perdóname por haber pensado mal de ti; tú has salvado a Leticia! ¡Si ella hubiera muerto, te juro que yo me arrojaría bajo el siguiente carro...! Ella alternó su vista entre él y yo, y también se conmovió al oírme desvariar. Tratando de mantener una serenidad, a pesar de que aún estaba asustada, lo invitó a nuestro dormitorio: - Julio, eres mi héroe. ¿Sabes qué? Voy a comprar algo especial para que cenemos juntos los tres. ¿Algún inconveniente, Ronda? - Por mí, no hay problema. El joven dijo: - Acepto. Pero primero, tomaré una ducha y yo también traeré algo bueno. Le explicamos cómo llegar a nuestro "nido de amor" antes que se fuera. Letty me apoyó en su hombro y caminó conmigo hasta que llegamos a casa. Allí nos bañamos, pero al principio, nos dolían nuestros cuerpos, así que esta vez, no hubo jugueteo. Al salir, me puso hielo en la canilla y pronto me sentí mejor. Entonces, se puso seria y dijo: - Ronda, le debo mi vida a ese hombre. Lo que le pienso obsequiar son unos condones. - Leticia, ¿Te has vuelto loca? - Tú misma dijiste que no podrías vivir sin mí. Perdóname si con esto te soy infiel, pero nuestro Julio merece esto y mucho más. Ni siquiera me propongo que me guste. No sé cómo me convenció, pero sentí que era lo menos que podíamos hacer por el muchacho. Le dije: - Tienes razón. Una vida por una vida. Sal y búscalos antes de que me arrepienta. Llegaron casi al mismo tiempo, ella con comida china y una bolsita que se empeñó en disimular, y él trajo cervezas. Hasta vertió un poco sobre mi pierna lastimada. Le habría dicho que no la desperdiciara, porque no me dolía tanto, pero él me dio una sonrisa muy encantadora, aún para una marimacho como yo. Comimos y bebimos, y nos fuimos librando de nuestras inhibiciones. Letty y yo nos intercambiamos miradas cómplices y ella se quitó la camiseta. El nos miró estupefacto, y yo le seguí el juego, quitándome la mía. Yo no llevaba sostén, al ser yo tan plana, y ella me secundó quitándose su sostén. Tanto a Julio como a mí se nos hizo la boca agua, mientras ella hizo un pequeño "strip-tease". Yo me quité lo que me quedaba, y entre las dos, lo desnudamos a él también. Ambas lo condujimos a la cama de Letty y ella sacó sus condones, y lo sentamos para ponerle uno muy sensualmente. Este juego nos excitaba tanto que ya no importaba quién era hombre o mujer. Ella puso sus tentadoras tetas frente a su rostro y él lamió tímidamente uno de sus pezones. Yo los miré con envidia y él me animó: - Ven, Ronda, aquí hay otro para ti también. Incliné mi rostro para tomar su otro pecho entre mis labios y ella se abrazó a ambas nucas, y entre los dos, la llevamos a un orgasmo antes de que algo tocara su vagina. Entonces ella recordó los condones y le puso uno de manera muy sensual. Luego se acostó en la cama y yo me recosté junto a ella para poder tenerla entre mis brazos, mientras él se acomodó entre las piernas de mi hembra. Lentamente, le fue metiendo su pene, un poco mayor que el promedio, en su vagina y Letty suspiraba. Cuando su miembro quedó totalmente insertado, él la besó en los labios y me miró a mí también, pidiéndome un beso con su mirada tierna. Yo lo complací y fui sintiendo algo casi tan bello como con mi compañera. Al despegar nuestros labios, él comenzó lentamente con su bombeo, y yo quería seguir tocando a Letty para que no quedara insatisfecha si él terminaba muy rápido. Julio comprendió nuestro vínculo y permitió que yo también la estimulara. Ella alcanzó su segundo orgasmo y él aprovechó para acelerar y gratificarse en la vulva que, hasta ese momento, había yo creído que era toda para mí solita. Julio sacó su pene de Letty, y cuando se disponía a quitarse el condón, ella le dijo: - No, por favor. ¿No te queda un poco de vigor para mi Ronda? Ella también te ama. Mi corazón comenzó a latir aprisa, y mi sorpresa fue doble, al oírla hablar así, supe que adivinó mi excitación. En realidad, debió haberse fijado en la humedad de mi entrepiernas, así que se levantó, y entre caricias y besitos, me acostó como ella misma había estado. El contemplaba la escena fascinado, hasta que ella lo atrajo hacia mí, y entonces, él me penetró a mí también. Dolía un poco, pero Letty acarició mis pezones un poco más, y Julio también le dio espacio para que ella estimulara mi clítoris antes de comenzar su vaivén. Mi piel se cubrió con una fina capa de sudor y eso dio la señal para que nuestro hombre me taladrara de veras. Se abrazaba a mí con firmeza y yo a él también. A medida que mi disfrute aumentaba, yo tensé mis paredes vaginales instintivamente y él gimió mientras ambos alcanzábamos el clímax. Mis brazos quedaron sin fuerzas y él se levantó. Letty le quitó el condón tan aprisa como él se lo permitió y ella se volvió hacia mí para que juntas saboreáramos las secreciones de los tres que se entremezclaron en el preservativo. Por fuera, tenía el sabor de ambas muchachas, y por dentro, todo el semen de dos eyaculaciones. Julio nos contempló mientras se vestía, y yo le miré, imaginando que sentía asco por este par de rameras, pero dijo: - Yo no las condeno. ¿Cómo podría? Son quienes me han dado la mejor bienvenida desde el día de mi traslado. Nos besó los labios a ambas, tomó su último trago de cerveza y se marchó felizmente a su dormitorio, el hombre más bondadoso que yo haya conocido jamás. Letty y yo nos duchamos, jugamos con nuestros cuerpos una vez más, para irnos a dormir.