Capítulo 1 Una pelea insignificante La voz en la radio, como de costumbre, hablaba sobre eventos extraños que ocurrían en el bosque; específicamente sobre una secta que sacrificaba animales y que parecía prepararse para cazar presas más grandes. La estática causaba que algunas palabras se perdieran por aquí y por allá, pero no impidió que todos salvo Galo se rieran a carcajadas por las nuevas estupideces del “Loco del bosque” ‒¿Se imaginan comprar una radio de onda corta para algo así? La respuesta fueron más risas. Todos parecían muy animados ese día, todos, claro está, exceptuando a Galo, que seguía adolorido por la golpiza y de mal humor por la discusión que había tenido con Iro antes de salir de casa. Su pelaje blanco estaba extrañamente limpio, incluso la pañoleta naranja que llevaba atada al casi a la altura del hombro relucía como recién lavada. Batió la cola con fuerza, en ese gesto que la mayoría de hafos hacían cuando estaban irritados o enojados. El cuenco de sopa frente a él humeaba y un cubito de zanahoria que flotaba en la espesa sustancia llamó su atención hasta dejarlo totalmente hipnotizado, perdido en los recuerdos de la noche anterior y el torbellino de emociones que seguía conteniendo desde entonces. ‒¡Ya anímate! ‒El grito de su hermana lo hizo despertar ‒¿No te vas a acabar eso? Sus ojos verdeazulados vieron como el cuenco de sopa desapareció entre las garras de su hermana. Él no dijo nada ni por eso ni por las gotas de sopa que le salpicó encima al tragársela toda de un gran y ruidoso sorbo. El cocinero del puesto en el que desayunaban y todos los amigos de Ázila que Galo no conocían animaron a la joven y se rieron a carcajadas al notar que la mitad de la sopa no fue a su estómago sino a su cara. Su pelaje, de un blanco casi amarillento, quedó pegajoso y lleno de trocitos de carne y verduras. ‒Eres un asco. ‒Al menos no tengo cara de querer matarme ‒Ella alzó las manos, triunfante, y se relamió la cara tanto como pudo mientras el resto del grupo volvía a concentrarse en la radio del cocinero. ‒Debo verme muy bien ‒Ni bromeando podía animar su tono ‒…Sí sólo se me nota en la cara. ‒¡Rayos! ‒Vas a deprimir a los chicos con esos comentarios ‒Ázila golpeó al que hizo la exclamación en la parte posterior de la cabeza y sonrió animada antes de darle la espalda a su grupo. Por unos instantes, incluso en medio del mercado, rodeados de docenas y docenas de locales improvisados y personas, los dos hermanos se sintieron en suficiente intimidad para compartir una mirada sincera y dejar las actuaciones. Físicamente eran casi iguales. Ambos tenían orejas más oscuras que el resto de su pelaje, narices rosadas y casi la misma cara. Ella, claro está, solía vestir ropa mucho más colorida. ‒¿Cómo sigues? Ázila nunca hablaba en susurros. Era casi un honor que se tomara esa molestia por él. ‒Bien ‒hizo tronar su cuello e intentó estirarse ‒¡AY! ‒Uy, claro que se nota. Desde siempre había tenido una capacidad para recuperarse de heridas y lesiones a una velocidad anormalmente rápida. ‒No ha pasado ni medio día ‒Se excusó él ‒No es nada. Los ojos amarillos de su hermana lo corroyeron con incredulidad, suspicacia y la intensidad de alguien que no lo iba a dejar en paz hasta que fuera sincero. Galo suspiró y ocultó la cara entre los brazos, recostado en el mesón del puesto de comida. Aún había sopa que se había derramado, pero ni la sensación de humedad impregnándose en su pelaje lo hizo levantarse. ‒Estoy cansado. ‒Siempre estas cansado. ‒Estoy muy cansado ‒reiteró con seriedad. Su voz se sofocaba un poco entre sus brazos; Ázila tuvo que inclinarse sobre él para escucharlo sobre el ruido de sus amigos y el mercado en general. ‒Pensaba que podía esperar a su última luna ¿sabes? No meterme en problemas, concentrarme en el trabajo y esperar unos meses. ‒Nadie te impide seguir con ese plan ‒Ázila le dio una palmadita de consuelo en la espalda ‒Para cuando llegue su luna estarás como nuevo. ‒Todo es culpa del infeliz de Kardo. ‒Ay, no empieces. ‒El muy desgraciado no me puede ver feliz. Esta vez fue Ázila la que suspiró. Asintió e hizo como que escuchaba a su hermano mientras apoyaba un codo en el mesón y el mentón en una mano. ‒¿Tu hermano está bien? ‒¿Eh? ¡Oh! No te preocupes ‒le ofreció una sonrisa a Robo, el cocinero de pelaje negro y muy esponjoso ‒cuando empieza a hablar mal de Kardo, nadie lo puede detener. ‒Pues tiene motivos para enojarse ¿no? ‒Es cierto ‒Lo apoyó Tagol, uno de sus amigos, el mismo al que le había dado el golpe en la cabeza ‒Kardo exagera con lo misterioso que es. Si ya de por sí es frustrante lo poco que sabemos de él, debe ser peor estar enamorado de su hermana y tenerlo de enemigo. ‒Es una pena. Se ven bastante bien juntos. El puesto de Robo no era especialmente grande; una estufa de gas, un balde con agua y jabón para lavar los cuencos sucios y un mesón con tres butacas donde, por culpa de la radio, sólo podían sentarse dos personas de forma cómoda. Eso no había impedido que el grupo de cinco que acompañaban a Ázila se amontonaran parados alrededor de la radio como si no incomodaran a todos los demás aldeanos que pasaban por los estrechos caminos del mercado. La joven notó que su hermano seguía despotricando contra Kardo, incapaz de notar lo que pasaba a su alrededor. ‒No digo que no tengan razón… pero intenten que no los escuche o seguirá así todo el día. ‒Si tú lo dices ‒Tagol alzó los hombros y asintió. El resto de sus amigos seguían escuchando la radio. ‒En cualquier caso, no me gustaría estar en sus zapatos ‒continuó el cocinero ‒Kardo es alguien que no quiero tener como enemigo. ‒No entiendo por qué lo agrandan tanto. ‒¿Acaso estás ciega? Ázila rodó los ojos hacia arriba antes de dignarse a profundizar en su comentario ‒No es más que un tipo con mucho dinero. ‒Las cuatro familias también son muy ricas, pero nadie es tan misterioso como él ‒insistió Tagol. ‒Porque ellos tienen dinero, pero no tanto como él. Es un nivel totalmente diferente. ‒Hace falta más que ser obscenamente rico ‒comentó Robo mientras lavaba los cuencos que ella había usado; sus manos mojadas revelaban lo delgado que era bajo todo ese pelaje ‒Kardo básicamente controla toda la aldea ¿O recuerdas cuándo fue la última vez que tuvimos un alcalde? ‒Es tan estúpidamente rico que le compró la aldea al gobierno… o algo así ‒Ázila sonaba muy convencida para tener tan poca información al respecto. ‒En cualquier caso. Sale de la aldea por meses y cuando está aquí nunca sale de su mansión. ‒Hay gente que dice que lo ha visto caminar hacia el bosque el noreste por las noches. ‒¿Dónde los bandidos? ‒¡Exactamente! Había algo de entretenido en ver a esos dos contribuyendo a la buena costumbre del pueblo de difundir rumores y chismes. Tal vez habría seguido con la charla de no ser porque notó que su hermano finalmente había terminado su diatriba. ‒¿Te sientes mejor? Casi como si esas palabras hubieran conjurado un mal sobre ellos, Berin se abrió paso entre sus amigos y les clavó sus ojos color ámbar a los hermanos, como si quisiera matarlos. Incluso con su uniforme, sólo hacía falta ver su cara redonda para saber que su pelaje era una mezcolanza de manchas blancas, grises y naranjas. ‒Bien, al fin te encuentro ‒comentó con desdeño antes de cruzarse de brazos y recostarse sobre los tablones que el puesto de pescado de enfrente usaba como pared improvisada. Su porte era intimidante y su físico robusto la ayudaba a imponerse. Su brusquedad no pasó desapercibida, y aunque Tagol y el resto de chicos prefirió no decir nada, Galo estaba demasiado molesto como para sentirse intimidado por una de las guardias de Kardo. ‒¿Y tú que haces aquí? ‒apenas conocía a Berin, pero su uniforme azul delataba su oficio y con lo que había pasado la noche anterior, no tenía la menor duda que Kardo la había enviado para fastidiarlo aún más. ‒Soy tu niñera por hoy ‒escupió ella. ‒¿Qué? ‒¿Qué? ‒lo imitó ella de forma burlona, lo que causó que Ázila le hiciera un gesto grosero con las manos. ‒¿Qué esperaban que pasara? ‒Berin alzó los hombros al tiempo que se sacaba algo de entre los colmillos con la lengua ‒Con esa estupidez de anoche, ahora Kardo quiere asegurarse de que no te acerques a Rin y adivina quien fue la afortunada que se ganó el honor de hacer el primer turno. ‒Eso suena excesivo ‒Se atrevió a comentar Mogol, otro de los amigos de Ázila, un joven menudo de orejas pequeñas y cara de tonto. El resto se giró hacia la radio y pretendió que nada de eso estaba pasando. ‒El idiota tiene razón ‒lo apoyó Ázila ‒¿No bastan dos docenas de guardias por aquí y por allá? Berin batió su cola con tanta fuerza que levantó tierra del suelo. ‒Aparentemente no. Ya sabes que normalmente estamos ocupados manteniendo el orden. ‒¡No tienen derecho! ‒Explotó Galo. Su cuerpo, como un resorte, saltó de la butaca para quedar cara a cara con la guardia, que no se inmutó. ‒No sé cómo sean las leyes afuera, pero aquí Kardo pone las reglas… y mira, te entiendo. Prefiero cuidar la aldea que hacer de niñera, pero hasta el más idiota sabe que no debería meterse con él. ‒¿Y qué se supone que harás? ‒Nada, mientras no te acerques a Rin… pero si te acercas a ella… bueno, supongo que veremos si te puedo alinear tan bien como Docca. ‒¿Crees que puedes detenerme? ‒¡No! ‒Saltó Ázila entre los dos ‒No te lo tomes como un reto ‒Intentó separarlo un poco, aunque en los estrechos callejones del mercado no había mucho espacio hacia donde moverlo en esa dirección ‒Piensa antes de hacer una tontería. ‒Yo me tomaría eso como un insulto viniendo de ella ‒Se burló Berin ‒No es que te conozcan por tu control de impulsos. Ázila le volvió a responder con el mismo gesto de la mano, pero no se volteó a mirarla, seguía fija en su hermano, intentando que se centrara en ella y se calmara. El pelaje de Galo se había erizado un poco y sus orejas se habían aplastado contra su nuca, como si las estuviera escondiendo, listo para lanzarse a pelear. ‒No me molestaría pelear ‒la sonrisa colmilluda de la guardia casi parecía una amenaza, o un reto ‒Pero si quieres tener una posibilidad, te sugeriría que esperaras a mañana en la mañana. Creo que ese turno le toca a Boren. Seguro que a él sí le puedes ganar en una pelea… creo. ‒No es tan mala idea ‒comentó Mogol entre risitas. A Ázila le hubiera gustado darle un puño, pero no se separó de Galo hasta notar que empezaba a calmarse. Ambos se miraron fijamente por unos segundos hasta que él suspiró, como dejando evaporar toda la rabia que sentía en ese momento. ‒Toma algo, te servirá para relajarte ‒le ofreció Robo a Galo, alargando una de sus manos y poniendo un vaso de jugo de mora en el mesón ‒También te puedo dar más sopa ‒Era evidente que ese gesto lo había provocado una rápida mirada de Ázila más que la solidaridad del cocinero. ‒Sí, suponía que se acobardarían. Ázila tomó el vaso de jugo, y aunque pareció que en un principio iba a dárselo a su hermano, se giró sobre sí misma en un movimiento veloz y preciso y con la fuerza proporcionada por la inercia de ese giro, le derramó el vaso a Berin en la cara con la suficiente fuerza para que salpicara por todas partes. ‒¡Haraca! ‒rugió la guardia, pero para cuando pudo quitarse el jugo de los ojos, Ázila ya había salido a correr con Galo de la mano. ‒¿De qué sirve calmarme si vas a hacer eso? Ambos saltaron sobre el tejado de uno de los pocos puestos que de hecho tenía techo y no era sólo una carpa o unos tablones y canastas al aire libre. Desde esa posición era más fácil ver el mercado en su totalidad y buscar el camino menos transitado para no tropezarse con las multitudes que caminaban de un puesto a otro. El terreno de Dilmi era bastante montañoso y accidentado, eran comunes las colinas e incluso el terreno del mercado estaba lleno de desniveles. Había unos muros altos de piedra que rodeaban todo el mercado y lo separaban del resto de la aldea; los muros del este eran los más cercanos, así que decidieron ir hacia ellos por el camino menos transitado. ‒La idiota se lo merecía ‒Se limitó a decir Ázila sin dejar de correr. La mayoría de personas se hacían a un lado al verlos acercarse, a un par de despistados tuvieron que esquivarlos, pero no tuvieron mayor problema para llegar al muro. Debían seguir hacia el sur para llegar a la salida, pero desde esa dirección venían un par de guardias que habían escuchado los gritos rabiosos de Berin. ‒¿Por qué siempre pasa esto cuándo intentas ayudarme? ‒¡Ahora no! ‒La joven no quería escuchar las quejas de su hermano. Tropezaron con una pescadora que cargaba una canasta llena de conchas marinas y toda su mercancía terminó en el suelo. De alguna forma eso les dio una ventaja ya que no era costumbre en esa aldea usar zapatos y uno de los ambos guardias tuvieron que reducir la velocidad y calcular bien sus pasos para pasar entre el reguero de conchas sin lastimarse los pies. ‒¡Ahí! ‒Llegaron a una zona donde había cajas apiladas contra la pared, lo que hacía mucho más fácil saltar sobre el muro sin perder mucho tiempo. Ambos subieron a las cajas y saltaron el equivalente a tres veces su altura, Ázila con un poco más de soltura que Galo, que debió trepar sobre el muro con ayuda de ella para poder pasar. Cuando Berin y el resto de los guardias saltaron sobre el muro, se encontraron con las calles del centro de Dilmi y las grandes casas y cabañas que rodeaban la no muy distante cátoga. Había aldeanos haciendo sus rutinas diarias, pero ni un solo rastro de Ázila o Galo. … ‒Eso fue más divertido de lo que esperaba. Como era de esperar, Ázila estaba bastante satisfecha con su actuación y el hecho de haberse salido con la suya. Galo respiraba agitado y adolorido. La pierna que Docca le lesionó la noche anterior palpitaba entre sus manos y sus huesos adoloridos se quejaban por el sobreesfuerzo. ‒¿Sabes? Prefiero que no te metas en estas cosas. Ya tengo suficiente con Kardo y sus estupideces. ‒Perdona por apoyarte. ‒Esto no es apoyo. Sólo harás que Iro se moleste conmigo por involucrarte. Seguía tan molesto como antes de la persecución, y ahora también estaba adolorido, sin aliento y nostálgico. Si sus amigos no se hubieran ido de Dilmi, si tuviera gente con la que contar en la aldea, tal vez no habría aceptado ir a desayunar con su hermana y nada de eso hubiera pasado. Ambos se habían escondido dentro de la casa de uno de esos amigos de la infancia que no veía desde hacía mucho. Galo sabía dónde vivía, que nunca su familia nunca cerraba la puerta y que nadie los delataría. No es que hubiera nadie a esa hora de la mañana. ‒Creo que podrías aprender una o dos cosas de mí. ‒¿Enserio? Ella parecía hablar muy enserio. ‒Siempre terminas en peleas. Deberías aprender que no vale la pena pelear con ellos, no a menos que quieras que te partan una pierna. Molestarlos un poco y correr es mejor. La casa no era muy grande, pero era más espaciosa que la de los hermanos, había una sala con un par de sillones, y aunque Galo descansaba en uno, Ázila seguía pegada a una ventana, vigilando que nadie se acercara. ‒No peleo con ellos por afición ‒Seguía masajeándose la pierna, esperando que el dolor pasara ‒Sólo… intento resolver las cosas con Kardo, pero ese cretino siempre me hace hervir la sangre. ‒¿Qué tan difícil puede ser hablar con él? ‒Ázila tenía la cara tan pegada a la ventana que llamaba la atención de todos los que pasaban frente a la casa. ‒Teniendo en cuenta que era amigo de Iro cuando eran pequeños, no debería ser difícil imaginarlo. Ambos compartieron una risita cómplice. ‒No creo que pueda ser tan desesperante como Iro. ‒Es peor ‒Galo frunció el ceño ‒Una cosa es que Iro me diga que tenga paciencia y que confíe en él. Otra cosa es que Kardo lo haga. No tengo una sola razón para querer confiar en él… y que me lo pida como si quisiera ayudarme… ‒Tal vez yo pueda convencerlo. Galo dejó escapar un “Ja” muy fuerte e incrédulo. No había punto en discutir con Kardo. ‒Tu problema es que pierdes los estribos muy fácilmente. Como soy mucho más calmada que tú… tal vez podría servir. Galo suspiró. Estaba cansado de seguir dando vueltas sobre el mismo problema. Llevaba demasiado tiempo peleado con Kardo para recordar qué se sentía no estar preocupado por él o las razones por las que lo quería mantener alejado de Rin. Incidentalmente, todo el odio que había despertado hacia él también lo había hecho resentir que ya no hablara con Iro con la misma frecuencia. Para Galo eso era prueba de que Kardo era una persona horrible: no era capaz ni de prestarle atención a su mejor amigo… si es que Iro realmente era eso de él. ‒Sólo quisiera irme y no tener que pensar en esto. ‒¿Irte a dónde? ‒Donde sea ‒Galo se estiró en el sillón y se acostó a lo largo de él ‒Ya casi termino de reparar el biplano de papá. Tal vez podría largarme muy lejos. ‒¿Y Rin? Ázila dejó la ventana en paz y caminó hacia su hermano. Galo miraba un punto invisible en el techo, como perdido en sus pensamientos. ‒Podría regresar cuando ya sea mayor y Kardo no la pueda controlar. Sé que ella quiere estar conmigo y él no podrá hacer nada para evitarlo. ‒¿Seguro? ‒Ázila se interpuso entre el punto invisible y los ojos de Galo ‒Rin quiere mucho a Kardo y no es del tipo confortativo. No creo que volverse mayor la haga cambiar su forma de ser… y sinceramente me cuesta imaginármela confrontando a Kardo. ‒No quiero pensar en eso ‒Galo cerró los ojos para dejar de ver la cara de su hermana. Había perdido el deseo de hacer nada, sólo quería encontrar un buen lugar donde echarse a dormir y donde nadie lo pudiera molestar. ‒Esta mañana, antes de que te despertaras, Iro me pidió que buscara una carreta. Creo que va a ir a hablar con Kardo. Galo agitó las orejas, pero no abrió los ojos, si algo, los cerró con más fuerza. ‒Oye… puedes amargarte todo lo que quieras, pero no estás sólo. Iro puede ser muy molesto, pero te quiere, y yo también. Podemos encontrar una forma de solucionar esto. ‒Estoy cansado de esto. Era difícil odiar tanto a Kardo, odiarlo tanto y saber que no podía hacer nada para confrontarlo. El mundo era injusto y desde hacía mucho se había acostumbrado a padecer tragedia tras tragedia. Comparado a lo que había vivido, no poder estar con Rin parecía una estupidez, pero eso mismo era lo que lo hacía sentir tanta rabia e impotencia. Era claro que había cosas que jamás habría podido evitar por más que lo intentara, era claro que la gente moría y que nadie decidía en qué condiciones nacía, pero era frustrante que viera negado un deseo tan sencillo como el de estar junto a Rin. ‒Estoy cansado ‒repitió con ganas de llorar. Se sentía casi tan sólo como el día que se dio cuenta que no volvería a ver a su padre. Ni Ázila ni Iro podían ayudarlo a quitarse esa sensación, sólo Rin sabía qué cosas decir y hacer para hacerlo sonreír y ver el lado brillante de la vida. ‒Estoy cansado ‒Recordó la cara de su padre y empezó a sollozar. Ázila no pudo hacer más que darle palmaditas en los hombros y esperar.