Un gran oso andaba por su bosque, bastante tranquilo como de costumbre. Era una hermosa mañana fría luego de una noche lluviosa, con el sol apenas saliendo, calentando su pelaje. Cuando llegó a la parte alta de la montaña, se quedó sentado disfrutando la paz. Comenzó a pensar que iba a comer, si ir al río a cazar unos peces o al bosque por algo de miel, tal vez atrapar unos conejos o un par de ciervos, quizás tomar algo de leche al terminar. Oso: ¿Leche? Jaja, ¿En qué estaba pensando, ni que fuera un bebé…? ¿¡Bebés!? Solo pensar en ello le erizó su piel debajo del pelaje. Bajo la mirada y se encontró con lo que ya imaginaba, su gran pene completamente erecto. Sin pensarlo 2 veces, el oso dejó su escena tan pacífica y caminó directo al pueblo más cercano. Al ser época de velas y caballeros, tardó varios en llegar, pero su miembro seguía completamente duro. Ahí, empezó a olfatear por el característico olor de la pequeña y adorable criatura que buscaba. Luego de unos minutos de buscada, vio a lo lejos, en la parte de atrás de su casa, un hombre de alrededor de 20 años, bañando al que parece ser su hijo. El oso se paró al frente, donde en silencio se quedó observando cómo el pequeño jugaba con el agua de la tina donde lo están limpiando por varios minutos. Chico: Saludos, caballero, ¿Le puedo ayudar en algo? Oso: Por supuesto que sí, ese bebé es muy lindo. ¿Cuándo me darías por cuidarlo unos minutos? Chico: Mmm, la verdad no sé que se pueda negociar con un oso. ¿Aceptas monedas de cobre? Oso: Por supuesto, puedes dejarme con él mientras vas a buscarlas. Chico: Es un trato, ya vuelvo. Tan pronto como el padre perdió la vista de su bebé, el oso lo tomó y lo levantó para verlo de cerca. Oso: Qué bebé tan lindo eres, quizás solo sea porque adoro a los bebés, pero creo que ya me estoy enamorando de ti. El bebé, inocente, responde con una sonrisa, a lo que el oso siguió bajando sus brazos con fuerza, directo a su miembro. Todo el largo y grueso del oso entró de lleno y de inmediato empezó a dar embestidas con sus caderas. Un gran bulto se estiraba en su estómago, acompañado con un sonido de bolas chocando contra su trasero de apenas unas semanas de nacido. Con sus brazos, el oso seguía subiendo y bajando al bebé, mientras que su expresión estaba completamente perdida, solo jadeando en placer con la lengua afuera e inclinándose cada vez más hasta caer al suelo con todo el peso de su gordo cuerpo sobre el bebé. La caída solo lo detuvo medio segundo; los empujones continuaron, ahora con el sonido extra de su afelpado trasero de oso aplaudiendo mientras penetra a la tierna criatura. Chico: Perdón por la tardanza, había olvidado dónde las puse… ¿Y dónde está mi bebé? Oso: Un segundo. El oso suelta un fuerte rígido y da un empujón final, dejando su miembro adentro para disparar tantos litros de semen que desbordan por ambos lados, creando un charco que se hace cada vez más grande. Al final, el oso da media vuelta. Acostado boca arriba, se puede ver al bebé inflado de semen de oso, chorreando por su boca y ano, aún sujetado por el enorme miembro aún duro del oso. Oso: Entonces, ¿Puedo cuidarlo?